miércoles, 21 de octubre de 2009

EL HOMBRE PEZ DE LIERGANES


En el pueblo de Liérganes (Montañas de Santander) nació este nadador extraordinario llamado Francisco del la Vega Casar.
Desde sus tiernos años manifestó este hombre mucha inclinación a pescar, a estar en el río, y una grande habilidad para nadar. A los quince años de su edad paró con el objeto de aprender el oficio de carpintero a la villa de Bilbao, en donde permaneció dos años hasta la víspera de San Juan de 1764, en cuyo día se fue con otros compañeros a bañarse a la ría. Dejó su ropa con la de los demás, y nadando en dirección al mar desapareció de su vista; le esperaron pensando que volvería; pero la tardanza les hizo creer que se había ahogado, y en tal concepto se participó este suceso a su madre, que le lloró por muerto.

Cinco años después notaron unos pescadores de Cádiz, que se hallaban en alta mar, una figura al parecer humana, que se mostraba fuera del agua, y se sumergía al acercarse a ella. Deseosos de averiguar que cosa fuese, salieron otro día, y procuraron atraerle con pedazos de pan que le arrojaban a alguna distancia, observaron que los cogía con la manos y los comía. Empeñados con esto en el deseo de pescarle, creyeron conseguirlo juntando muchas redes y usando del mismo cebo, y al fin lo lograron. Llevaronle al convento de San Francisco de aquella ciudad, en donde le hicieron muchas preguntas en diversos idiomas, pero no respondió a ninguna, ni se le oyó pronunciar una palabra. De esta taciturnidad pasaron a colegir estaba poseído por algún espíritu maligno, en cuyo concepto le conjuraron algunos religiosos. Por fin, después de algunos días, pronunció la palabra Liérganes.

Con este indicio se pidieron noticias a este pueblo, y recibidas se determinó un fraile franciscano a apurar por sí la verdad de un acontecimiento tan extraordinario. Salió con el mozo, y llegando al monte llamado de la Dehesa, que dista de Liérganes un cuarto de legua, le hizo seña de que siguiese adelante y guiase. Ejecutólo de suerte, que sin extraviarse un paso entró en casa de su madre. Esta y los hermanos del nadador le conocieron al punto, haciendo con él las naturales demostraciones de cariño; pero él se mantuvo inmóvil sin corresponder a ellas en manera alguna.

Nueve años permaneció en compañía de su madre, siempre con un trastorno intelectual que se acercaba al idiotismo, siendo así que antes de su desaparición manifestaba una regular capacidad. Andaba siempre descalzo. Tabaco, pan, vino eran las únicas palabras que pronunciaba, pero sin propósito. Si se le preguntaba si lo quería, no contestaba. No solicitaba la comida, pero si se la ponían delante o si veía comer y se lo permitían, comía y bebía mucho de una vez, y después no volvía a hacerlo en tres o cuatro días. Si se le mandaba llevar algún papel de un pueblo a otro de los conocía antes de irse, lo ejecutaba con gran puntualidad, y siempre silenciosamente. En una ocasión le enviaron a Santander con un papel para un caballero de este pueblo, y no hallando el barco de Pedreña se arrojó al mar, y pasó a nado una legua que hay de travesía desde este embarcadero a Santander. Mojado como salió entregó el papel. El sujeto a quien iba dirigido le hizo secar para poder leerlo, y aunque le preguntó cómo estaba de aquella suerte, no respondió nada. Por el mismo rumbo volvió puntualmente la contestación. Iba a la iglesia si veía ir a otros, o si se lo mandaban; pero en el templo de nada hacía caso, ni se le notaba atención alguna a la misa y demás funciones eclesiásticas.
Al cabo de los nueve años desapareció, sin que después se supiese cuál fue su paradero.

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